miércoles, 23 de marzo de 2011

Si no sabes lo que persigues, nunca sabrás adónde vas

No es cierto que los 42 kilómetros de una maratón sean la carrera más dura. Esa competición es un juego de niños comparada con la que hacemos día tras día, y que sólo en contadas ocasiones nos ofrece un respiro: una carrera llamada  <<la propia vida>>.
La decisión de adónde llegar, o visto con un concepto más amplio, la de decidir con cierta holgura hacia dónde dirigirse, significa concretar nuestro talento y rentabilizar nuestra energía.
Ir dando zancadas que no se sabe adónde conducen supone abrir excesivas oportunidades al fracaso personal, porque muchas veces se puede acabar en medio de paisajes que no interesan para nada y en los que no se sabe exactamente lo que uno está haciendo. Y el tiempo pasado siempre es irrepetible.
A todos nos llega la época de las grandes preguntas personales, aquellas que nos hacemos para decidir qué vamos a hacer con nosotros mismos. Es entonces cuando entramos en esa fase trascendente de rastrillar los deseos, los intereses, los conocimientos y las experiencias, las aficiones, las vocaciones, las pasiones, los acompañantes, los amigos y los que nos pueden desviar. Hay que entrar en un proceso de sublime introversión, de volar entre los deseos atentos a nuestra pista de despegue y nuestra propia energía van a servirnos para alzarnos. Y decidir, incluso dejándose ir, pero sabiendo adónde queremos llegar, siendo conscientes de que hasta la vida biológica nos sitúe en un punto del vuelo sin posibilidad de retorno, siempre tendremos la posibilidad de cambiar de rumbo y destino.
Decidida una meta, lo mejor es ponerla por escrito. Hacerse un plan a tres, cuatro o máximo cinco años defendiendo lo que se quiere alzanzar y lo que creemos que debeemos hacer en el transcurso de ese tiempo para irlo consiguiendo. No es el diario íntimo donde algunos describen su pasado; es el mapa de nuestro futuro deseado y sus posibles rutas. Cuantas menos palabras, más concreción y meno dudas. Y lo que es determinante, abrirlo como mínimo cada tres meses y reecontrarnos con nosotros mismos en un proceso de análisis y meditación, para evaluar cómo esta,os haciendo nuestra ruta y qué posibles mejoras, cambios o rectificaciones tendremos que hacer.
Por el hecho de hacerlo, no siempre llegas, pero te desvías menos...

F.L

No hay comentarios:

Publicar un comentario